La supremacía de un grupo social se
manifiesta en dos modos, como dominio y como dirección intelectual y moral. Un
grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a liquidar o a
someter hasta con la fuerza armada y es dirigente de grupos afines y aliados.
Un grupo social puede y debe ser
dirigente desde antes de conquistar el poder gubernamental –ésta es una de las
condiciones principales para la misma conquista del poder– después, cuando
ejercita el poder, se vuelve dominante. Esto es justamente lo que no sucedió al
triunfo de la Independencia, al menos para el sufrido grupo que resistió
durante largos y crueles 11 años.
Como en esta sociedad precapitalista, las clases
sometidas, integradas por indígenas, mulatos y demás castas, no tuvieron las
condiciones objetivas para adquirir la conciencia de clase, estuvieron por lo
mismo, muy lejos de plantear después de consumarse la independencia, una
solución al orden vigente. Ante esta incapacidad, la única alternativa a seguir
fue la que presentó el grupo dominante.
El triunfo de una causa engendra poder y funde a
veces a sus líderes con la clase dirigente. En 1821 el criollaje convirtió en
realidad su viejo sueño de gobernar el país. A partir de entonces no encontró
limitación alguna para llegar a las altas esferas de la política. El ascenso de
Agustín de Iturbide al trono imperial significó un triunfo más del criollo, los
jefes políticos que se destinaron para gobernar las provincias en 1822
pertenecían a este mismo grupo y eran por conveniencia propia adictos al
emperador.[1]
La elite de poder del criollo, era por lo tanto muy
reducida, tanto que muchos presidentes y gobernantes serían reelectos en varios
periodos. El mestizaje en proceso de formación solo ocuparía las curules del
Congreso y algunas veces el gobierno de un Estado, pero hasta ahí nada mas.
Una vez en el poder, el criollo contemplo la
problemática social al estilo español, es decir, admitiendo beneficios para sí
y no importarle la división de la sociedad. Esta diversidad se convirtió muy
pronto en una pugna abierta, dando evidencias de la inconformidad de los grupos
sociales que continuaron al margen. El antagonismo acarreó el fracaso de todos
porque ni el criollo pudo fácilmente sostenerse como grupo dominante, ni los
demás pudieron ver cristalizados sus objetivos de igualdad.[2]
La consumación de la independencia no transformó
las relaciones de producción en el sentido de disminuir o modificar de alguna
manera la explotación a las que la inmensa mayoría estaba sometida. Para
entonces algunos mestizos ya se habían percatado del esquema que el criollo
había diseñado para regir el país, el autonomismo[3].
En resumen, Agustín de Iturbide, líder máximo del
criollaje, confirmó en el Plan de Iguala los intereses del clero, del ejército
y de los terratenientes. El indígena fue mencionado únicamente en un artículo y
solo para reconocerlo junto con las demás castas como ciudadano. Como tales,
todos tenían opción a los empleos, pero el freno estaba que se concedían de
acuerdo al “mérito y virtudes” y como los indios, mulatos, negros y
demás grupos no tenían estos requisitos, de hecho y de derecho quedaban al
margen de los beneficios, pero al ser ciudadanos iguales todos pagaban
impuestos.
[1] Gordiano
Guzmán, un cacique del siglo XIX; Olveda Legazpi, Jaime; INAH-SEP, México
1980 pág. 100.
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