En la ciudad
de México se desarrollaba la Conspiración de la Profesa, que estuvo presidida
por el canónigo Matías de Monteagudo, rector de la Profesa. La Profesa era un templo
de la Compañía de Jesús. En ese lugar se reunían miembros de la clase dominante
con frecuencia, para conspirar a favor de la lucha independentista, no por
convencimiento sino por conveniencia, se iniciaba la conformación de un bloque
de poder para hacer un frente sólido[1].
Esta conspiración inició poco después de que el virrey Juan Ruiz de Apodaca jurara, en la
Nueva España, la Constitución de Cádiz a mediados de 1820, por mandato de la
Metrópoli.
El objetivo
más importante de esta serie de reuniones fue buscar la manera de negarse a
aplicar la Constitución liberal de 1812 aprobada ya en España para los
territorios americanos, pues habría una alteración del status social que no era
atractivo a las clases dominantes, sino por el contrario, perjudicial a ellas.
Los conspiradores de la Profesa resolvieron
proclamar la independencia llamando al poder a un príncipe español, la otra
opción sería cualquier miembro de la casa de los Borbones; quizá el propio rey
aceptaría y se le dejaría seguir gobernando como hasta entonces había hecho, es
decir de manera absoluta, eso impediría cualquier cambio a la administración
colonial. Esto es, si Nueva España era independiente, no tenía por que adoptar
la Constitución liberal de 1812.
Hablando
propiamente, la mayor parte de este bloque hegemónico, era autonomista, no
independentista. Podía asumir una condición nacional española, pero a cambio de
un autonomismo en América, lo que implicaba la descentralización política y las
libertades económicas. Para lograr sus pretensiones, los españoles y criollos
acomodados planteaban una división de la soberanía a tres niveles: la nacional,
representada en las Cortes; la provincial, depositada en las diputaciones; y la
municipal, que residía en los ayuntamientos.
Con estas
propuestas, el autonomismo estaba planteando un Estado nacional no sólo con
carácter hispano, sino también desde concepciones federales. Los autonomistas
depositaron toda la organización del Estado en la capacidad representativa y
administrativa de las diputaciones provinciales como instituciones capaces de
canalizar, administrar y recaudar las pretensiones y necesidades del criollismo
de cada provincia.
(…) el
alto clero y la aristocracia criolla, habiendo satanizado, condenado y
combatido el movimiento popular de independencia toman ahora la iniciativa.
Buscan separarse de la Metrópoli protegiendo sus propios intereses, es decir,
sin afectar la propiedad ni el sistema de explotación vigente en la Nueva
España. Así la Iglesia salvaba sus privilegios corporativos y los
terratenientes apuntalaban su predominio en el movimiento independentista.[2]
Iturbide
aceptó el Plan de la Profesa, éste se encontraba despojado de mando, acusado de
peculio, pero las circunstancias imperantes hicieron que se le indultara y le
devolvieran sus tropas, –el regimiento de Celaya– y la caballería de la
frontera; quienes aceptan las ideas de su coronel y lo siguen. Se llegaría mas
tarde a la independencia –más bien la autonomía– pero sin los insurgentes, ni
sus locuaces reivindicaciones y para eso había que eliminarlos primero. El eco
del grito de Dolores, jamás debería ser reproducido.
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